sábado, 31 de enero de 2015

El misterio de las cuatro efes

El lector recordará cómo una novela titulada «El perfume», del alemán Patrick Süskind, se convertía, hace ya treinta años, en un «best-seller» colosal traducido a más de cuarenta lenguas. El dato sirve para calibrar la dimensión en su país de su compatriota Daniel Kehlmann, que con «La medición del mundo» (2005) se convirtió en el mayor éxito literario después de aquella obra de un asesino experto en fragancias en el París del siglo XVIII. En el caso de Kehlmann también se trataba de una novela histórica protagonizada por el naturista y viajero Alexander von Humboldt y el matemático y astrónomo Carl Friedrich Gauss, que volvían a verse en el Berlín de 1828 para recordar sus años de juventud. A su manera, cada uno de ellos pretendía tomar la medida al mundo.

En «F» (traducción de Helena Cosano), los personajes querrán medir sus vidas, analizándolas para transformarlas, alrededor de la familia: uno buscando la fama literaria, otro sólo encontrando la frustración, otro más hundido en lo financiero, el último incapaz de dirigir bien su fe: efes que articulan un mundo propio, que lo asfixian y lo hacen incómodo. Por eso Ian McEwan dice que este relato «bordea los borrosos límites entre lo abstracto y lo real». El mismo autor ha dicho que está fuertemente influido por el realismo mágico de García Márquez, y los críticos germanos no tardaron en ligar su obra (ya son ocho publicaciones entre cuentos, novelas y algún ensayo) con ese concepto tan amplio de «literatura posmoderna».

Si hemos de entender lo posmoderno como una transgresión de la estructura narrativa, una experimentación en la que lo disperso y fragmentario dotan al relato de extrañamiento –que imanta y repele al lector por su grado de dificultad o desvarío–, «F» reúne cualidades para etiquetarlo así. La historia parte de un show de un hipnotista al que acude Arthur Friedland con sus tres hijos y que será el punto de inflexión en las vidas de los cuatro: del padre, que lo abandona todo para convertirse en escritor, del cura inseguro y obeso Martin, del experto en economía Eric, del pintor mediocre Iwan. Todo articulado por medio de seis capítulos, tan desconcertantes como tediosos, tan atractivos como originales, que guardan cierta independencia, un poco al hilo, pero al revés, de su último libro en español, «Fama», cuyas narraciones sobre lo que significa el uso de los teléfonos móviles hoy se podían leer también como una novela. 

Publicado en La Razón, 29-I-2015

viernes, 30 de enero de 2015

Entrevista capotiana a Juan Pablo Villalobos

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Pablo Villalobos.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una biblioteca, pero con bar, restaurante y vistas al mar. Y buen café. Y que hubiera visita conyugal.
¿Prefiere los animales a la gente?
A ver. Entre hormigas y gente: gente. Chinches y gente: gente. Gatos y gente: depende. Por ejemplo, prefiero a mi gato que al presidente de México (y, de hecho, lo prefiero a toda la clase política mexicana). Perros y gente: gente (traumas de la infancia). Hipopótamos y gente: salvo mi familia y mis amigos, hipopótamos. Etcétera.
¿Es usted cruel?
Sólo cuando escribo.
¿Tiene muchos amigos?
Yo digo que sí, pero habría que preguntárselo a ellos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que estén dispuestos a compartir, problemas o cervezas, da igual.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Estamos hechos para decepcionar y ser decepcionados. Es lo más humano que existe, tampoco es tan grave.
¿Es usted una persona sincera? 
Sólo cuando no es necesario mentir.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Caminando sin rumbo. Mirando nubes. Recogiendo piedras. (Lo peor es que es verdad.)
¿Qué le da más miedo?
El futuro de México.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El presente de México.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser un frustrado.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Me gusta correr. Se supone que lo hago, pero los testigos dicen que no (mi mujer, por ejemplo).
¿Sabe cocinar?
Mi madre sabe. Y yo la llamo por teléfono, pero siempre tenemos problemas cuando le pregunto las cantidades: “un puñito”, dice ella, “no le pongas mucho”, “a tu antojo” o, el peor de todos, “tú calcúlale”.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Al loco de mi pueblo, se llama Abel (o se llamaba, no sé si siga vivo, hace tiempo que no pregunto por él). Vendía el periódico recorriendo las calles del pueblo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Imaginación. Sobre todo en imperativo y con puntos suspensivos.
¿Y la más peligrosa?
Imaginación. Y peor en imperativo y con puntos suspensivos.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No por el tiempo suficiente como para llegar a concretar los detalles del plan.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
¿Tendencias políticas? Señor Capote, usted se murió hace mucho tiempo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Puente. Sobre un río europeo. El Danubio. El Rin. El Sena tampoco está mal.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La gula. El goce estético inútil. La indiscreción militante.
¿Y sus virtudes?
Tengo buena memoria. O tenía.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Recordaría a mis padres, que no me pagaron las clases de natación cuando era niño porque se suponía que papá me había enseñado a patalear en el agua. Y recordaría a mis hermanos menores, a mi mujer, a mis hijos, que sí tomaron clases de natación y nadan de manera espectacular. Cabrones.

T. M.

miércoles, 28 de enero de 2015

Las nínfulas literarias


Simplificando la relación que pudo haber tenido Charles Lutwidge Dodgson, diácono y profesor de matemáticas de Oxford y aficionado a la fotografía –tecnología para él contemporánea; él nació en 1832 y ella en 1839–, con las niñas a las que solía retratar y que le inspirarían los poemas y relatos que firmaría con el seudónimo de Lewis Carroll, podría decirse que fue un paidófilo (o pedófilo), es decir, sintió una “atracción erótica o sexual hacia niños o adolescentes”, y no un pederasta, pues ojalá no hubiera abusado sexualmente de ninguna niña (ateniéndonos a las definiciones del Diccionario de la Real Academia). Su preferida, como es sabido, fue Alice Liddell, hija del decano de Christ Church, donde vivió Carroll, que para el escritor fue la quintaesencia del ideal victoriano de la niñez, pues la infancia era sinónimo de pureza y perfección, y la adultez, de pecado, al menos entre las clases altas.

En pos de esa pureza Carroll llegó a establecer planes para captar a las niñas que le interesaban y fotografiar a algunas desnudas (en contraste, decía detestar a los niños varones). El poeta de repente se metamorfoseaba en el Zeus o Júpiter que, en los mitos grecolatinos, ponían el ojo en una hermosa ninfa para obedecer a su instinto, dando lugar al tópico literario del rapto, del que hay representaciones pictóricas y literarias a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento. De Alice le separaban veinte años, y no hay que descartar tampoco que aquellas fotografías revelaran un hondo enamoramiento, como ha expuesto más de un estudioso. En todo caso, algo turbio tuvo que pasar probablemente, porque en 1868, tres años después de publicarse «Alicia en el país de las maravillas», los padres de la niña la obligaron a destruir las cartas que había recibido de su fotógrafo y admirador.

La fascinación erótica hacia menores sería un tabú literario hasta que la «Lolita» (1955) de Nabokov –se acusó a la novela de insinuar actitudes pornográficas, lascivas y, por supuesto, pederastas– vino a darle un lugar y hasta una terminología ya desde el primer renglón: «Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta». Lolita era también Dolly, y también Dolores, tres nombres para una criatura de metro cuarenta y ocho de estatura y 12 años; un objeto de deseo que pasó a denominarse «nínfula» por parte del protagonista narrador, el cuarentón Humbert Humbert, que confesaba haber matado al novio de la que iba a ser su futura hijastra. ¿Pero novio a esa edad?

Bien, la Julieta de Shakespeare, paradigma del amor trágico junto a su Romeo, sólo tenía 14 años cuando se le clavó la flecha de Cupido. La lolita de “Lolita”, por su parte, carece de ese romanticismo, ya que es una «pobre niña que corrompen, y cuyos sentidos nunca se llegan a despertar bajo las caricias del inmundo señor Humbert», como dijo el autor ruso en una entrevista televisiva; la diferencia de edad entre ellos crearía un abismo irresoluble, y he aquí el meollo de la cuestión: «Lolita, la nínfula, sólo existe a través de la obsesión que destruye a Humbert. Éste es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa», insiste Nabokov. De hecho, en la novela no había nada de carácter pornográfico, ni siquiera erótico, pero el perfil del protagonista despertaría el miedo de muchos editores, que en primera instancia no quisieron publicar el libro.

¿Dónde poner la frontera entre el abuso y el amor sincero a una niña-mujer? Nuestro Antonio Machado conoció a su adorada Leonor en 1907, cuando ella contaba 13 años, y tuvo tan claro que era el amor de su vida que no le importó esperar a que llegara a la mayoría de edad, con 15, para poderse casar con ella en Soria, él con 34. En su caso, sería un amor transido de dolor, pues la joven moriría al cabo de cinco años; como para recordarle al poeta que la pureza de su joven pareja ya era inmortal, al igual que en las fotografías de Lewis Carroll.

Publicado en La Razón, 27-I-2015, a propósito de la noticia

martes, 27 de enero de 2015

Entrevista capotiana a Ruth Behar

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ruth Behar.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Sería terrible estar en un solo lugar para siempre. Yo viajo mucho y me gusta sentir que tengo un hogar en diferentes ciudades en el mundo —entre ellas La Habana, donde nací; Nueva York, donde crecí; Miami Beach, donde tengo memorias lindas de visitas con mis abuelos cuando ya eran mayores; y también los pueblos en España y México donde fui recibida con cariño por gente desconocida en mis jornadas como antropóloga. Si no hubiera más remedio que elegir un solo lugar, pienso que estaría al lado del mar para contemplar el infinito.
¿Prefiere los animales a la gente?
A la gente, mucho más. La idea de confrontarme con los animales silvestres me espanta y me da tristeza verlos en un zoológico. Me gustan los perros pequeños, pero le tengo mucho miedo a los gatos.
¿Es usted cruel?
Pienso que tendré algo de cruel y algo de ángel, como todos los seres humanos.
¿Tiene muchos amigos?
Los que lo son de verdad son pocos pero para mí son muchos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La sinceridad más que nada. Soy muy cubana en eso. Como decía José Martí, Cultivo una rosa blanca / en junio como enero / para el amigo sincero / que me da su mano franca.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Me preocupa más decepcionarles yo.
¿Es usted una persona sincera? 
Trato de serlo. Lo más difícil es ser sincera conmigo misma.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leer y escribir son las cosas en que ocupo todo el tiempo, sea libre o no.
¿Qué le da más miedo?
Le tengo miedo a tantas cosas. Escribo bastante sobre ese tema. Uno de mis poemas se llama así, “Miedos.” Allí hablo de mis miedos normales, como el miedo de enfermar o morir, o ver sufrir a uno de mis seres queridos, y también de mis miedos más raros, como el de bajar las escaleras de prisa o confrontarme con los oficiales de inmigración.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la injusticia.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Tuve que luchar mucho para ir a la universidad y obtener la educación que me ha permitido llevar una vida creativa. Si no hubiera sido así, pienso que sería una secretaria triste en alguna oficina triste, teclando documentos aburridos día tras día.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Me gusta caminar en la playa y bailo salsa y tango.
¿Sabe cocinar?
Sé hacer frijoles negros y flan y un pie de espinaca y una buena ensalada con aceitunas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Mi abuela materna sería una de ellas, y fuera de la familia, la poeta Dulce María Loynaz. Tuve el placer de conocer a la gran poeta, ya siendo ella muy mayor, en La Habana en su mansión arruinada. Nunca se me olvidará lo que me dijo: “Lee más y escribe menos.”
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Tolerancia.
¿Y la más peligrosa?
Odio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, nunca. Siempre dirijo los sentimientos violentos hacia mí misma, pero poco después me vuelve el deseo de seguir viviendo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo que soy muy inocente y contradictoria en cuanto a la política. A la vez sueño con las utopías y me asustan tremendamente.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una concha de mar guardada por una niña.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Guardo muchas cosas que debería soltar y no puedo –libros, arte, ropa, zapatos, fotografías viejas y recuerdos malos…
¿Y sus virtudes?
Soy muy fiel a las personas que quiero.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Pensaría en todos los que quiero y me han querido, especialmente mi hijo, y les diría gracias y adiós para siempre.

T. M.

lunes, 26 de enero de 2015

El viaje inglés, escrito y dibujado, de Karel Čapek


Qué gusto leer estas páginas del autor que acuñó la palabra robot, el autor de Nueve cuentos y uno de propina, literatura del absurdo para niños y mayores; una delicia sus dibujos de las cosas que iba viendo en Inglaterra, Gales, Escocia, Irlanda en estas Cartas inglesas (editorial Renacimiento) que se publicaron en su original checo en 1924. Su mirada poética y sencilla, su humor constante pero sin estridencias, esa disposición que tendría de pararse y sacar su libreta de dibujo y copiar, seguro que con una pícara sonrisa, un monumento, un animal, un paisaje o incluso rostros de escritores famosos, son ya para mí referencias preciadas a la hora de abordar una crónica de viajes.

Foto: imagen de Trafalgar Square, Londres, hace dos años

domingo, 25 de enero de 2015

Entrevista capotiana a Awilda Cáez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Awilda Cáez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La sala de mi casa. 
¿Prefiere los animales a la gente?
La gente.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Muchos conocidos, pocos amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Generosidad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leer y escribir.
¿Qué le da más miedo?
Soy bastante miedosa. Lo que me asusta más es que le ocurra algo malo a la gente que quiero. 
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La impunidad hacia la corrupción gubernamental. 
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Bailar o tocar algún instrumento.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí.
¿Sabe cocinar?
Sí.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A un jefe que tuve hace muchos años que me enseñó que siempre hay tiempo para todo. 
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
No. 
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. 
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Ninguna. No me interesa la política. 
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Pediatra. 
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tengo ninguno. 
¿Y sus virtudes?
Responsabilidad, honestidad, generosidad. 
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? 
Mi familia y las escenas de películas en las que alguien se salva de morir ahogado. 
T. M.

sábado, 24 de enero de 2015

Mi último poema en la revista “Estación Poesía”


Se acaba de presentar, en el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla, el tercer número de la revista Estación Poesía (se publica en papel y en la web), en la que colaboro con un largo poema de cuatro páginas, titulado “Un setter irlandés no tiene abogado”. Fue en el mes de mayo del año 2013 cuando, casi en la confluencia de la Gran Vía con Passeig de Gràcia vi, con claridad incontestable, que en efecto esa raza de perro que iba con su dueño y que cruzaba el semáforo populoso y que era mi preferido cuando niño, no tenía en ningún caso abogado.

La epifanía, la ocurrencia, la filosofía, la clarividencia sólo pudo sortear su impronta implacable a través de un poema de aliento versicular y surrealista, donde el drama y el absurdo, la autobiografía y la mezcolanza de sensaciones y visiones y recuerdos, se convirtió en terapia, diván, suicidio inofensivo, un abrir de jaulas, una respiración tras salir a flote en un mundo donde se acepta el sinsentido, la crueldad ajena, la incongruencia de camino a o de vuelta de la Ciudad de la Justicia.

viernes, 23 de enero de 2015

Entrevista capotiana a Mireya Soriano

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mireya Soriano.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa. Es grande, con muchos espacios abiertos llenos de árboles y flores y todavía no terminé de descubrir todo lo que hay en ella.
¿Prefiere los animales a la gente?
Por lo general sí, aunque caben excepciones.
¿Es usted cruel?
Todos somos crueles en alguna oportunidad.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, muchos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean positivos y solidarios.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, nunca me ha pasado.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, creo que lo soy naturalmente porque no me implica esfuerzo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me gusta el contacto con la naturaleza, también las fiestas, recibir amigos, y bailar música dance.
¿Qué le da más miedo?
El propio miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La pena de muerte.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Creo que estaría dedicada cien por ciento a mi otra profesión: soy Ingeniera de Caminos.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar, a veces jugar al tenis de mesa.
¿Sabe cocinar?
Un poco.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi padre o a mi tío. Los dos fueron figuras muy fuera de lo común, a las que por otra parte, conocí bien.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Futuro.
¿Y la más peligrosa?
Comodidad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Algunos dirían “centro derecha”, pero no creo en las etiquetas, ni en las derechas y las izquierdas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Directora de cine.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Creo que no tengo vicios, je, je…
¿Y sus virtudes?
Dicen que soy generosa y amable.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La de mis seres queridos que quedan en el mundo y la de los que me esperan en el otro.

T. M.

jueves, 22 de enero de 2015

En una cárcel china


Suena a broma estúpida, aunque los noticiarios confirmen su cruda realidad, pero aún hoy, en ciertos lugares, escribir un poema que un gobierno considere ofensivo es pretexto para el encarcelamiento, la tortura y la pena de muerte. Tristemente, en China los intelectuales críticos con el poder sufren esa represión; y ejemplo de ello es Liao Yiwu (Sichuan, 1958), autor de este extraordinario libro donde detalla sus cuatro años (de 1990 a 1994), acusado de contrarrevolucionario, en una cárcel en el que padecerá y verá cosas increíblemente repulsivas. Era el tiempo de la violencia extrema dirigida a los estudiantes, centrada en la plaza de Tiananmén de 1989; poco antes el escritor, del que Sexto Piso publicó hace tres años “El paseante de cadáveres” (estremecedores relatos de la vida callejera china), concibió sus poemas “Masacre” y “Réquiem”, este además convertido en un intento de película que acabará despertando las suspicacias de las autoridades. Con prólogo de Herta Müller, la crónica de Yiwu, que empezó a componer en la celda y tuvo que rescribir tres veces ante el atropello policial que iría recibiendo, tiene la fuerza de la autobiografía más honesta con uno mismo y el reflejo social de una persecución política que asesinó a miles de chinos. La lectura, no apta para estómagos delicados por sus descarnados episodios carcelarios, contrasta con el hecho de presentar un país donde impera hoy un capitalismo salvaje: una “prosperidad sin libertad”, en palabras del poeta, hoy exiliado en Alemania.

Publicado en La Razón, 22-I-2015

martes, 20 de enero de 2015

Entrevista capotiana a Julio García Ventureyra

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Julio García Ventureyra.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? 
Donde estoy, la ciudad de Bahía Blanca, Argentina.
¿Prefiere los animales a la gente?
Algunos animales a ciertas personas.
¿Es usted cruel?
No, opuesto.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos pero buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad y honestidad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Esos no son amigos aunque uno pueda equivocarse habiéndolos aceptado como tal.
¿Es usted una persona sincera? 
Totalmente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
En visualizar películas de buen nivel.
¿Qué le da más miedo?
No sé si miedo o malestar: la dependencia.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La hipocresía, la injusticia, la soberbia.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Durante muchos años me desempeñé como viajante de comercio.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminatas.
¿Sabe cocinar?
Si no hay más remedio...
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No escribo artículos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Odio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero sí darle una buena lección
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Partidario de la democracia bien entendida y no fingida y la libertad de expresión.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Creo en pelearla  desde lo que uno es.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Dejé de fumar hace muchos años.
¿Y sus virtudes?
Tendrían que responderlo mis allegados, pero me considero honesto (si es que actualmente se sigue considerando virtud).
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No estaría para imágenes sino para tratar de salvarme.

T. M.

lunes, 19 de enero de 2015

Las esperas de Miguel Albero

Soy un incondicional de Miguel Albero, de su escritura, ingenio, sentido del humor, originalidad, de su voz única que siempre despierta una sonrisa blanca, una crítica social mordaz pero respetuosa, un modo de ver luminoso el día más nublado. En su momento contestó aquí la entrevista capotiana, y en su momento reseñé sus novelas Lenta venganza y Ya queda menos, y antes y después de ello, leí con deleite sus otras narraciones, siempre geniales: Principiantes y Cruces, y sus ensayos excepcionales: Enfermos del libro e Instrucciones para fracasar mejor. Toda esa mirada de ironía y sátira, de divertimento y lucidez, de reírse de sí mismo como de todo lo circundante, se ha extendido también a sus recientes incursiones poéticas, como Sobre todo nada, que son… ¡versos de hospital!, y este que acaba de salir, Lista de esperas (Abada Editores). Albero es un mago en sacarle partido a un concepto, a una idea común, y darle la vuelta para, desenmascarándola de su aspecto cotidiano, darla nueva, para cuestionarla, para ser motivo de risa o de reflexión detenida risueña. Al respecto de este libro, sólo reproduciré una frase de la contracubierta, a la espera de que el lector dé con él y lo disfrute: “Muy recomendable para leer en aeropuertos, consultas médicas o paradas de autobús”.

domingo, 18 de enero de 2015

Entrevista capotiana a Manuel J. Santayana

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Manuel J. Santayana.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? 
No vacilaría en elegir mi propia casa (de ser ella como la sueño y sobre todo si residiera en una ciudad conocida y querida: Madrid, París, Lisboa o Florencia. Me bastaría recordar o imaginar lo que me rodea, que me lo devolvieran mis recuerdos, mis visitantes y mi biblioteca personal. Pero la necesidad suele imponerse a los deseos y a los sueños.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. La única razón de peso que puedo dar en defensa de mi respuesta es que me gusta demasiado conversar. Prefiero el diálogo al monólogo, como D’Ors, aunque mi locuacidad sugiera lo contrario.
¿Es usted cruel?
Puedo serlo, pero solamente si me provocan. Mi naturaleza es conciliadora.
¿Tiene muchos amigos?
Creo haber gozado de la simpatía de muchas personas y haberla reciprocado. Pero la amistad (Montaigne lo sabía) es otra cosa. Amigos reales, tengo pocos. No creo que nadie pueda jactarse de un gran número de ellos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Cuando la amistad nace y crece, no necesito buscar nada. Pero siempre gozo de hallar inteligencia, imaginación y compasión y una comunidad de gustos y temas esenciales que haga posible el diálogo permanente. ¿Hay amistad sin diálogo?
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Por lo general, no. Y espero que lo mismo les suceda a ellos conmigo. Por desgracia nadie está a salvo de malos entendidos y de situaciones pasajeras que pueden entibiar o enfriar una relación valiosa. Lamento varios casos todavía.
¿Es usted una persona sincera? 
No podría respirar en un ambiente de simulación total; pero prefiero, como cierto personaje de Casona, “una mentira que salva a una verdad que destruye”. Además, ¿quién tiene el monopolio de la honestidad o la verdad?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Casi siempre, la conversación fraternal, la lectura y la música suelen hacerme la más encantadora compañía. (Con un texto apasionante y música de cámara no conozco la soledad). Pero no desdeño un buen paseo o una película estimulante.
¿Qué le da más miedo?
Me atemorizan las catástrofes personales y colectivas que me puedan encontrar indefenso. Temo mucho también las multitudes galvanizadas por el fanatismo o cualquier agente catalizador de la bestialidad humana.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Ya la palabra “escándalo” me parece anticuada, y espero que no sea por cinismo o por amoralidad. Pero muchas cosas me irritan y me causan indignación.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No lo puedo imaginar. Hubiera sido triste resignarse (también) a un destino sin vocación, sin llamado, de trabajar en cualquier cosa, mirar el fútbol y beber cerveza. Muchos parecen vivir conformes con ese destino, sin embargo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Lo he practicado con éxito de ánimo y de salud física; pero soy sedentario por naturaleza; y la cabra siempre tira al monte.
¿Sabe cocinar?
Puedo hacer cosas muy básicas: freír un huevo, cocer una carne, preparar una pasta, un bocadillo… no soy chef, ni siquiera aficionado. Pero con algo sencillo que preparar no moriré de inanición.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
He conocido varios de esos personajes; mis padres los primeros. Elegir uno me resultaría muy difícil. Bueno, por lo menos, lo es en este preciso momento.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esa misma: esperanza. Precisamente porque esa vivencia no necesita de nada inmediatamente previsible para manifestarse. Su riqueza de sentido filosófico, teológico, o sencillamente personal, es inagotable.
¿Y la más peligrosa?
“Justicia”. Y también “libertad”: en su nombre se han cometido (y esto no ha cesado) los peores atropellos. No pienso solo en la política, donde las consecuencias son más graves, claro, sino en las artes. Es mucho más fácil destruir en nombre de la “libertad” de formas y doctrinas que concebir y dar vida a un orden compatible con la aventura creadora (Apollinaire).
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, por fortuna. Conozco la furia, sé qué es “ver rojo”, pero nunca he llegado a tal extremo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Estoy en los antípodas del zoon politikón. Mi modesta reflexión histórica me ha hecho desconfiar del altruismo político. Utópico es quizá soñar una democracia social eficaz, sin expansionismo a la fuerza ni corrupción. Pero, sin los horrores de nuestro mundo: ¿habría literatura o pensamiento? El mal es un reto del que pueden nacer grandes cosas: en espíritus éticos, por ejemplo, la crítica.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Matemático, por un golpe de péndulo. Sentí que no era un minusválido intelectual al leer la confesión de Francisco Ayala, polígrafo, traductor, sociólogo: “para los números soy negado”. O, mejor, quizá, la criatura afortunada del poema de Juan Ramón Jiménez.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La lectura (poesía, ensayo, narrativa), la traducción de poesía y de prosa artística… y otros que me reservo.
¿Y sus virtudes?
Prefiero que otros las señalen. Por aquello de mi adhesión al diálogo y por creer que solo en los otros nos completamos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ignoro ese esquema, lo confieso apenado; quizá trataría de aferrarme a un rostro, un árbol, unas palabras que haya amado mucho.

T. M.